Magritte: la mirada que cuestiona

El pintor belga plantea todo un debate entre realidad, imagen y lenguaje. Algunas de sus obras llegan a Madrid esta temporada

ADRIANA ROCHA, Madrid

Dalí, Duchamp y Magritte son los cabeza de cartel de la exposición Revolucionarios del siglo XX, que acogerá algunas de sus obras -y las de más artistas- en el Palacio de Gaviria de la capital, del 10 de abril al 15 de julio. La muestra es la huella de autores que marcaron su paso por la Historia del Arte distinguiéndose por no seguir la norma.

René Magritte
Retrato de René Magritte

René Magritte, el surrealista belga que el mundo conoce por la mítica pipa que no es una pipa, es un interrogante en sí mismo. Sus ojos se sitúan el limbo que separa la realidad de la representación. A través de sus cuadros, pretendía cambiar la percepción social de lo real y forzar al observador a cuestionar su contacto con el mundo que lo rodea.

Quien ha probado el arte abstracto y le ha gustado, sabe que en la obra del pintor belga encuentra un mordisco necesario. Magritte quizá sea más apreciado por el público que le busca que por el que le encuentra, pero tiene explicación: hay que entender su obra. Si no, puede que solo se deduzca una obviedad: que es la imagen de una pipa, no una pipa.

El Museo Magritte: donde todo encaja

La colección del Museo Magritte va acompañada de explicaciones propias del autor que acercan a su postura ante el arte. Es interesante dejarse llevar por las reflexiones personales que aparecen escritas en la pared y notar cómo brotan nuevos interrogantes a medida que se recorre su trayectoria pictórica. Un camino que disfrutar, siempre y cuando -todo sea dicho- quiera uno detenerse a divagar de la mano del pintor.

El Museo Magritte es un edificio moderno de varias plantas. La joven pinacoteca es, desde su apertura en 2009, un stop imprescindible para los amantes de la pintura conceptual o los viajeros que se dejan caer por las calles de Bruselas. Por orden cronológico, pared tras pared muestra el recorrido del artista que plantea una asociación de imágenes distinta a la habitual. Lo abstracto y conceptual encuentra en este punto de la enigmática Place Royale, el epicentro de los museos de la capital belga, un hogar donde ser.

Biografía de René Magritte

Nació y murió en la Bélgica francófona del siglo pasado. Su biografía no es tan estrafalaria como la de otros surrealistas empeñados en serlo. Un artista donde los haya que no quiso dárselas de tal. La muerte de su madre durante su juventud; la II Guerra Mundial; Georgette, la mujer con la que compartió su vida y su contacto con el movimiento surrealista que atravesaba Francia son los picos más destacables en su vida. René Magritte, como muchos de su gremio, chocó con la pintura de niño y no la abandonó hasta sus últimos días. Como tantos otros, su éxito no llegó hasta esos últimos días, habiendo pasado las penurias económicas que, a veces, acompañan la vida del artista.

« La vida me obliga a hacer algo, por eso pinto. »

La pintura le resultó magia cuando, de niño, vio un hombre que plasmaba en un lienzo el paisaje que tenía ante sí. Eran ruinas y columnas del cementerio donde solía jugar en su infancia. El pintor le pareció dotado de un poder distinto.

Les amantes - Magritte
Les amantes, de Magritte (1928)

Se deduce de su vida una adolescencia marcada. A los 14 años, su madre murió ahogada. Acababan de mudarse a una casa cerca del río y ella se había arrojado al agua en plena noche. Cuando encontraron el cuerpo, el rostro de la mujer estaba cubierto con un camisón. Así lo explica Monsieur René Magritte (1978), un documental que le dedicó el cineasta Adrian Maben. “Nunca se supo si se tapó los ojos para no ver la muerte que había elegido o fue obra de la corriente del río”. Su pieza más famosa, Les amantes, guarda sin duda una analogía con este particular detalle de su biografía. El rostro tapado del hombre y la mujer que se besan sin tocarse ni verse realmente. Una barrera que dificulta el amor que pueden sentir el uno por el otro y que algunos biógrafos relacionan a la difícil convivencia de sus padres como matrimonio: ella, deprimida; él, poco afectuoso.

También joven, conoció a Georgette, quien posa en una fotografía fumando, con la mirada desafiante y un sombrero ladeado. “Todas las imágenes de mujer que he pintado se parecen a Georgette desde entonces”. Y el romanticismo de estas palabras esconden la eternidad propia de una musa. Georgette no solo fue la imagen constante que el pintor acusaba a la silueta femenina, además constan multitud de retratos suyos pintados por su marido. En L’evidence eternelle o Tentative de l’impossible son buena muestra de ello.

El surrealista belga posando junto a L’evidence eternelle, de 1930

L_evidence eternelle
El surrealista belga posando junto a L’evidence eternelle, de 1930

Influencias y ramificaciones artísticas

Reproducciones de los futuristas italianos desvanecieron las normas en los ojos del pintor. Giorgio de Chiricco le invadió e inspiró. Es el creador de lo que se denomina “pintura metafísica”, donde realidad y significado eran más visionarios que literales. Según el documental de Maben, “un espejo para la mente de Magritte”. Pero su libertad creativa iba algo más allá de las preocupaciones futuristas, había algo que anhelaba. “Era el erotismo, una emoción poderosa y pura”, según explicó el pintor.

Eran los años 20. Empezó a distinguirse de los estudios recibidos en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde ingresó a los 18 años. También se distanció de las pinceladas con inspiraciones futuristas. Creó en 1926 el cuadro que él mismo consideraría su primera obra surrealista. Le jockey perdu fue su primer mensaje completamente personal. El primer ápice de onirismo: un cambio de rumbo en su forma de pintar. Empezaba a ser el Magritte que ahora ha pasado a la historia, el artista del pincel dividido entre la trascendencia de lo mental y la representación de lo real.

La magie noire - Magritte
La magie noir, de Magritte (1945)

« Creo que he hecho un descubrimiento verdaderamente atrayente en la pintura. He encontrado una nueva posibilidad que existía en las cosas: la de convertirse gradualmente en otra, un objeto se funde en otro distinto. […] Cuadros en los que la mirada ‘tiene que pensar’ de un modo distinto al habitual. »


Hacia esa época, solía reunirse en su casa un grupo de amigos y artistas que pasó a convertirse en los “surrealistas belgas”. Magritte era pilar fundamental del colectivo, pero pronto se trasladó a París una temporada para hacerse hueco en la cosmovisión artística del momento. Sus homólogos en la ciudad se reunían en casa de André Breton, uno de los precursores del surrealismo francés. También se codeó con Salvador Dalí y con el poeta Paul Éluard, con quienes visitaría el sagrado Cadaqués del pintor catalán junto a Georgette. Con estas amistades, no es de extrañar la configuración abstracta y atrevida que articula todo su arte. Si el surrealismo puede conllevar per se una abstracción innegable, Magritte, comprendido en este estilo, resulta simple. Pero allá donde transporta es siempre acertado.

Su mezcla base: elemento común e idea abstracta

No es un teórico loco del arte, sino un pintor que ha indagado en realidad, representación y lenguaje. En conjunto, sus cuadros cobran mucho más sentido y su mente ya no es tan disparatada.

Los objetos que utiliza en sus cuadros son comunes y cotidianos: reconocibles y de identificación inmediata. Lo inquietante es cómo contrapone unos y otros, es en esa mezcla donde nace y muere su mensaje. Es una naturalidad bien utilizada: el objeto que plasma es común, es su posterior significado lo que resulta intrincado.

Golconda - Magritte
Golconda (1953), de René Magritte

Imágenes de su niñez, como un globo rojo o piezas de ajedrez, cobran vida en nuevos contextos desconcertantes e inesperados. Un perfecto cielo azul es el fondo de algunas de sus piezas – como en La reconnaissance infinie-, los elementos de la naturaleza son colocados allá donde no se encuentran en la vida real. Su pintura es autobiográfica e incluso llega a considerarse egocéntrica por parte de algunos críticos artísticos. ¿Por qué? Por los edificios de elegancia y corte belga y su eterno sombrero, como en Golconda, que parece llover él mismo sobre la ciudad, impregnándola de todo su ser.

El rostro en Magritte es otra gran complejidad. A veces, tan simple; otras, formado por objetos; tapados por una tela; casi fundidos a otra imagen o directamente, sin dibujar, convirtiendo en elipsis al humano en su retrato. En La Grande Guerre, L’Art de Vivre o Le Fils de l’homme pinta caras diferentes dentro de su mismo estilo.

Ren? Magritte, The Son of Man, 1964, Restored by Shimon D. Yanowitz, 2009  øðä îàâøéè, áðå ùì àãí, 1964, øñèåøöéä ò"é ùîòåï éðåáéõ, 2009
Le fils de l’homme (1964), autorretrato de René Magritte

Explicaba en una entrevista filmada, con traje y corbata y un cigarro encendido, que el primer objeto que vio de niño fue un cofre que encerraba misterio. Él no sabía qué significaba… «Toda primera imagen para un niño debe ser sorpresa”. La experiencia de la apreciación del mundo es una de las cuestiones que intenta resolver en sus cuadros.

« Pero, ¿cómo deberíamos mirar? Como un niño: la primera vez lo ve todo como una realidad fuera de sí. Yo vivo en el mismo estado de inocencia que un niño que cree poder alcanzar con su mano un pájaro en pleno vuelo”

Cuando se ve una imagen con diversos elementos, la mente trata de relacionarlos y encontrar la concordancia. Los cuadros de Magritte, sin embargo, plantean la armonía de un mensaje difuso cuando presentan elementos de aparente incongruencia como un todo. No siempre se debe encontrar la manera de conectar dos ideas que se dan, en primera instancia, inconexas. “Todo lo que es visible oculta algo que no se ve”.

La desconcertante asociación de imágenes es lo que define su obra. Decía que la pintura debe ser una imagen parecida en todo lo posible a la realidad, pero lo hacía a su manera. Dibujó, por ejemplo, animales fuera de su entorno -como el león debajo de una mesa adornada por mantel blanco y vela encendida- por un motivo en concreto: que lo cotidiano desentonara. “Tenían que ser colocados de una forma nueva para que adquiereran un significado irritante”.

La perspectiva fue una de las herramientas que le permitió divagar en su teoría. Su visión pictórica alude a su constante reflexión, la diferencia entre el objeto real y su representación. Los caballetes ante paisajes en numerosas de sus piezas son el botón de muestra.

« Ante una ventana vista desde el interior de una habitación, he colocado un cuadro que representa exactamente la parte del paisaje escondida por la pintura. Así, el árbol oculta el árbol que está detrás, fuera de la habitación. Para el espectador, ese árbol está a un mismo tiempo en la habitación, sobre el cuadro y fuera, en el paisaje real. Así es como vemos el mundo. Lo vemos fuera de nosotros mismos y a la vez en nuestro interior sólo tenemos una representación. »

La condition humaine - Magritte
La condition humaine de Magritte (1933)

Lo que importaba al autor no es el cuadro en sí mismo, sino el efecto que tiene en la mente de quien lo contempla. En sus propias palabras, “si un cuadro afecta se siente vértigo o ansiedad”. Si era imprevisto, podía transmitir alegría. Lo misterioso, según cuenta en una entrevista, no puede ser predeterminado.

« No hay respuestas en mis pinturas, sólo preguntas. »

Hace falta un gran interrogante para sentir el hambre desconocido. Magritte, con los ojos de quien ha andado, interroga en su obra la contraposición imagen-realidad. La trahison des images es el nombre de la serie que dedica a esta cuestión. Son muchos los aspectos extraños -e inesperados- que plantea su filosofía. ¿Cómo se puede plantear ideas tan prefijadas como lo que es un nombre o lo que es una cosa?

Ya no solo imagen física, como un lienzo queriendo ser algo, como la fotografía plasmando una escena, una cámara de vídeo recogiendo la cinética, la infografía poniendo cara a lo abstracto, el garabato queriendo ser boceto… La imagen como idea, como construcción mental. ¿Acaso es lo mismo ser en sí mismo que representar? ¿Es lo mismo un rostro que su fotografía? ¿Se puede fumar de la pipa que dibuja?

La trahison des images - Magritte
Le trahison des images, serie pictórica (1929), de René Magritte

Una idea cierta, pero atrevida. Esa pipa no es una pipa, sino la representación de una pipa. Hasta ahí, entendible. Pero este goteo de pensamiento se extiende más y más… La mente del belga más relevante de la Historia del Arte es todo un paradigma. “Una pintura no debe confundirse con algo tangible”: así lo aclaró el pintor. Es Surrealismo, señores, y un pensamiento acorde -e ilustrado-.

También el lenguaje le hacía pensar. Se dejó llevar por la poesía de las escenas alejándose de lo que la teoría ya asentada asociaba a la imagen y el lenguaje. Cuestionó la relación lógica que existe entre el nombre que se le da a un objeto y el objeto en sí mismo, en Les mots et les images lo explica. ¿Hasta qué punto el objeto X podría ser entendido igual pero denominado objeto Y? “Los títulos deben ser una protección suplementaria que impida cualquier intento de reducir la auténtica poesía (en la imagen) a un juego sin sentido.”

Jugó siempre con la rareza, en lo que pintaba y lo que era y en cómo lo llamaba. La nomenclatura o representación, el concepto y el objeto en realidad… Ese limbo que tanto le obsesiona es una mezcla de conceptos algo curiosa que resulta apasionante. Después de visitar su museo, la mente se queda quieta. Hace falta digerir tanta nueva perspectiva. El hambre se sacia cuando uno mismo, en bucle, se responde y se vuelve a preguntar.

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